viernes, 10 de julio de 2015

viaje | la capital


Hoy hice un viaje a Santiago a comprar papeles (el mundo de los papeles es súper bonito, quizás escriba una entrada sobre eso más adelante) para poder hacer un pedido de libretas que tenemos con mi pololo. Siempre que viajo a Santiago me queda la sensación de que es un suceso, como un extrañamiento, observo la ciudad y la siento súper ajena a mí. Donde yo vivo no existen edificios de la escala monumental que tienen los de Santiago, es una sensación súper extraña percibir una ciudad que se está construyendo con un límite propio desde lo alto. Bueno, también tiene un sentido no tan estúpido, que tiene que ver con el dominio de las magnitudes por parte de la urbanización (ESE es el cielo de Santiago, el que se encierra en el marco de esas alturas) pero siento que esa construcción hace que la ciudad no se pueda percibir desde la sociabilidad, se adquiere sólo desde las magnitudes urbanas y no desde los encuentros urbanos (estoy hablando específicamente de los edificios que se encuentran a la salida de Santiago a la autopista por Vitacura, debo aclarar eso).

Blah blah, basura arquitectónica que no viene al caso.

Los lugares donde estuve hoy fueron los barrios Patronato y Bellavista, dos lugares que me encantaron. No es que nunca antes en mi vida haya estado en esos lugares, pero es primera vez que los visito absolutamente sola y me permití reflexionar sobre ellos este día. Ambos lugares tienen algo que me recordó mucho a como son las personas de Valparaíso, que me descoloca, porque por lo general Santiago se asocia a una relación interpersonal súper lejana (cosa que viví en Providencia y Vitacura, por ejemplo). Todas las personas con las que me topé me generaron mucha buena onda, el señor peruano de la imprenta, o el señor koreano que me ayudó a envolver mis papeles para que no se mojaran con la lluvia, los maestros que me saludaron (con respeto, obvio). Fue un día de encuentros con personas de las que nunca supe su nombre, pero que me ayudaron de alguna forma en la que les estuve agradecida en ese momento.

Algo que no me gusta de Santiago es que siento que para todas las cosas hay que esperar, cosa que no tiene nada de malo en sí misma, pero la espera de Santiago es una que no está contemplada en los espacios, no es una espera grata que se sostiene en un tiempo, sino que es una espera discontinua, molesta.

Santiago no es una ciudad que me agrade tanto, si la comparo con Valparaíso, que es la ciudad donde vivo y en la cual he vivido toda mi vida. En cierto sentido tengo suerte de haber crecido en esta ciudad, súper auténtica, es chiquitita y está sucia en algunos lugares, pero en ella las relaciones son súper especiales, es evidente.

Vengan a Valpo, cabros, les va a gustar.

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