Blah blah, basura arquitectónica que no viene al caso.
Los lugares donde estuve hoy fueron los barrios Patronato y Bellavista, dos lugares que me encantaron. No es que nunca antes en mi vida haya estado en esos lugares, pero es primera vez que los visito absolutamente sola y me permití reflexionar sobre ellos este día. Ambos lugares tienen algo que me recordó mucho a como son las personas de Valparaíso, que me descoloca, porque por lo general Santiago se asocia a una relación interpersonal súper lejana (cosa que viví en Providencia y Vitacura, por ejemplo). Todas las personas con las que me topé me generaron mucha buena onda, el señor peruano de la imprenta, o el señor koreano que me ayudó a envolver mis papeles para que no se mojaran con la lluvia, los maestros que me saludaron (con respeto, obvio). Fue un día de encuentros con personas de las que nunca supe su nombre, pero que me ayudaron de alguna forma en la que les estuve agradecida en ese momento.
Algo que no me gusta de Santiago es que siento que para todas las cosas hay que esperar, cosa que no tiene nada de malo en sí misma, pero la espera de Santiago es una que no está contemplada en los espacios, no es una espera grata que se sostiene en un tiempo, sino que es una espera discontinua, molesta.
Santiago no es una ciudad que me agrade tanto, si la comparo con Valparaíso, que es la ciudad donde vivo y en la cual he vivido toda mi vida. En cierto sentido tengo suerte de haber crecido en esta ciudad, súper auténtica, es chiquitita y está sucia en algunos lugares, pero en ella las relaciones son súper especiales, es evidente.
Vengan a Valpo, cabros, les va a gustar.